Después de pagar, envolví la flor con una cinta que me alcanzó Berta (quien me vendió) y me alejé hacia el metro. Pude sentir como a cada paso que daba la sonrisa desaparecía paulatinamente de su cara. Aquella flor sin duda era especial, como tu, al acercarte suavemente tras mirarme a los ojos por un instante, y me tomaste el pecho por detrás para acercar tu boca a mi mejilla acalorada. Me estremecí sin vergüenza y tu risita dejó en claro que en ese momento no te molestaba. Incluso la mirada picarona que me lanzaste después demostró incluso que buscabas ese efecto.
No pude sino sonreír, taparme la cara con una mano y soltar palabras avergonzadas para ti, y en eso pensaba cuando me dirigía en el metro, mirando los pétalos dorados y el centro aterciopelado. Recordé nuestro segundo encuentro, hacía un par de días atrás, cuando me tomaste la mano en el cine al asustarte con una tonta película de “miedo”. Aún pienso que era una excusa para no soltarme el resto de la función, y acariciar mis dedos en un microabrazo. Ahora siento el cosquilleo de tus labios al besarme entre los créditos y las luces, y el ligero sabor a almíbar que dejaste después. Su rastro aún lo tengo, fresco, puro, cálido. Con esa sensación floto fuera del vagón y asciendo las escaleras sobre una ráfaga de emoción. no sabes que voy, sin embargo se que estás allí, en el parque, como siempre (según me contaste) almorzando fruta y agua.
Al cruzar la calle te vi: estabas sentado en una banca protegiéndote del sol con el follaje de un cansado árbol. Sonreí, no me veías aún. Levanté la mano, e iba a gritar tu nombre cuando alguien se me adelantó a mis espaldas. Tu te diste vuelta y nos miraste, confundido. Entonces reconociste quién te había llamado, y le respondiste con esa misma sonrisa cínica que me lanzaste tres días atrás, cuando nos conocimos. Él corrió hacia ti, y te abrazó. Me miraste la cara con miedo, luego la flor y me miraste con pena. Con dos pequeños movimientos laterales de tu cabeza me diste a entender que nuestra breve historia de amor había acabado. Me di media vuelta y me fui.
Ahora, mientras fumo un cigarro al otro lado del parque, miro al girasol expectante que adorna mis manos, mientras sus pétalos laten al son de la suave brisa de primavera. ¿Que haré con él ahora?
