Después de un periodo sabático, de reflexión, inspiración y aspiración de ideas aquí estoy otra vez. He estado pensando en muchas cosas, de todo tipo. Buenas, no tan buenas, y alguna que otra mala, qué se le va a hacer.
Pero después de un tiempo con más malos momentos que buenos, ha habido algo que me ha sacado adelante. A mí y a otros muchos. Pero hoy estoy aquí para hablar de mí. Y de nadie más. Así de egocéntrica me siento.
Sin pecar de cursi -que sí, lo soy bastante, no me importa reconocerlo- he descubierto que ese algo que te saca adelante, que te eleva del pozo de la desesperación -y olé con el dramatismo-, esel amor. Eso mismo. Roma pero al revés.
Tras una bronca colosal, de esas que más vale no tener platos u objetos punzantes a tu alrededor, de las que lloras ríos, mares y océanos, un buen amigo, en su inútil intento por hacerme sentir mejor, me dijo lo siguiente: "Tienes suerte, te puedes ir cuando quieras".
Y cuánta razón. De eso de las relaciones te puedes ir cuando quieras, pero el caso es que yo no quiero. Y no quiero por 300 razones que ocuparían alguna que otra página más que "Cien años de soledad", así que me limitaré a 13.